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«Si me trato con ternura, es probable que busque vínculos donde exista respeto y cuidado. Si me hablo con dureza, quizá termine en relaciones en las que la crítica o la indiferencia se sienten normales».
Es como si el diálogo interno trazara la huella de lo que voy a permitir en lo externo. Por eso, cada encuentro con otros lleva escondido el reflejo de cómo me encuentro conmigo misma.
Vincularme conmigo no significa caer en un egocentrismo estéril, sino reconocer mis emociones, sostener mis necesidades y darme espacio para crecer. Es preguntarme si lo que siento tiene lugar en mi vida, si me escucho cuando algo me duele o me incomoda, o si me callo para no molestar.
La relación que construímos con nosotras mismas es la base sobre la que se apoyan todas las demás, porque de ahí surge nuestra capacidad de poner límites, de ofrecer ternura, de escuchar o de sostener al otro.
Cuando ese lazo interior es frágil o está lleno de descuidos, lo más común es que busque afuera lo que no me sé dar adentro. Espero que alguien más me haga sentir valiosa, que otro me dé la seguridad que no encuentro en mí, que me reconozca en lugar de reconocerme yo. Es entonces cuando los vínculos se vuelven dependencia y la libertad de elegir se convierte en la necesidad de aferrarse.
«Con los demás, vincularse es un arte delicado. No basta con compartir espacio o palabras: se trata de generar un puente donde ambas personas puedan ser y sentirse vistas».
Ese puente necesita autenticidad, porque si nos mostramos como no somos para agradar o para evitar el rechazo, el vínculo se convierte en un escenario y no en un encuentro real. También necesita cuidado, porque no hay relación sana que no esté sostenida por el respeto mutuo.
En todo vínculo humano hay diferencias, y es en la forma de atravesarlas donde se juega la fortaleza de la relación. El conflicto no es el enemigo, lo es el silencio que se traga lo que molesta, o la agresión que destruye lo que se quería cuidar.
Vincularme sanamente con los otros es aprender a hablar, a escuchar, a ceder y a sostener sin dejar de lado quién soy.
Por eso, la pregunta “cómo me vinculo” no tiene una única respuesta. Es un proceso que se mueve y cambia con el tiempo, que se ajusta a mis aprendizajes y a mis heridas, que se fortalece en la medida en que me conozco mejor.
Vincularme bien conmigo misma me prepara para relacionarme mejor con los demás, y viceversa: cada vínculo humano también me enseña algo sobre quién soy y sobre lo que aún me falta aprender.
Al final, todo vínculo auténtico, ya sea interno o externo, tiene un mismo pulso: la búsqueda de verdad. La verdad de aceptarme como soy, la verdad de dejar que el otro también sea, y la verdad de que ninguna relación puede florecer si no se riega con cuidado, respeto y presencia.
Claudia Girón
@psclaugiron