
Vulnerabilidad no es debilidad: el poder de ser reales
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¿Por qué me hiciste esto?
junio 30, 2025Hay momentos en los que sentir que no sabes qué va a pasar te resulta insoportable. Donde cada pequeño imprevisto te altera. Donde tu cabeza empieza a fabricar todo tipo de escenarios… y casi siempre el peor.
No estás exagerando. Estás tratando de sobrevivir a la incertidumbre. Y lo estás haciendo con las herramientas que tu mente conoce: el control.
«Porque controlar da una falsa sensación de seguridad. Hace que todo parezca más manejable, más predecible, menos amenazante».
Pero debajo de esa necesidad, muchas veces, lo que hay es miedo. Miedo a que si te relajas, algo se rompa. Miedo a que si sueltas, el mundo se desmorone. Miedo a que si no lo piensas mil veces, termines lastimado.
Tu mente se activa con la idea de protegerte, pero lo hace a costa de tu paz. Te sobrecarga con preguntas sin respuesta. Te empuja a revisar todo diez veces, a controlar lo que dices, lo que haces y hasta lo que sienten los demás.
Y si no puedes controlarlo, aparece la ansiedad, el mal humor, el insomnio, el cansancio de tener que sostener tanto.
¿De dónde viene esa necesidad?
A veces, de experiencias pasadas donde no hubo cuidado. Situaciones donde fuiste niño o niña y sentiste que no había nadie a cargo. O que la estabilidad dependía de que te anticiparas, te adaptaras, te esforzaras.
«Entonces, aprendiste que si no estabas atento a todo… algo malo podía pasar. Y aunque hoy seas adulto, esa parte interna tuya sigue en guardia».
No se trata solo de que quieras que las cosas salgan bien. Se trata de que tu sistema emocional cree que si no controlas, corres peligro.
Por eso, cuando algo escapa a tu control —una espera, una respuesta que no llega, un plan que cambia—, el cuerpo reacciona con angustia. El miedo toma el volante y empieza a narrar el peor desenlace: “Seguro no me quieren”, “Esto va a salir mal”, “Nada sale como quiero”.
Pero no es que tu vida esté a punto de colapsar. Es tu historia la que se activa. Es esa parte tuya que todavía no aprendió a confiar en que puedes atravesar lo incierto sin que todo se desarme.
El control, en sí mismo, no es malo. Nos ayuda a organizarnos, a anticipar, a sostener rutinas. Pero cuando es excesivo y se vuelve una trampa mental, deja de ser un recurso y empieza a ser una prisión.
Porque querer tenerlo todo bajo control no te protege de lo que temes. Te aleja de lo que está pasando ahora. Te roba la capacidad de disfrutar. Y te hace vivir como si el futuro ya estuviera escrito… y fuera terrible.
¿Qué podemos hacer?
Primero, reconocer que el miedo no se elimina negándolo. El miedo se escucha. Se acompaña. Se abraza. Y después, se pone en contexto: “Esto que siento es real, pero no todo lo que pienso es cierto”.
«Es importante darle lugar a la incertidumbre, no como enemiga, sino como parte de la vida. Nadie sabe lo que va a pasar. Pero eso no significa que todo vaya a salir mal».
Significa que hay espacio para lo inesperado. Y también para lo bueno.
Soltar el control no es dejar de cuidarte. Es empezar a confiar en que no necesitas tener todas las respuestas para estar a salvo. Es permitirte descansar. Es decirte: “Aunque no lo sepa todo, voy a poder con lo que venga”.
La terapia puede ayudarte a revisar tu historia de miedo. A identificar esas ideas catastróficas que no vienen del presente, sino de heridas que no han sido atendidas. Y a reemplazarlas, poco a poco, por una presencia más amable, más realista, más viva.
No se trata de vivir sin miedo. Sino de que el miedo no decida por ti.
De recuperar la capacidad de estar aquí, en lo posible, en lo incierto, en lo que hay. Y saber que aunque no tengas todo bajo control, sí puedes sostenerte a ti mismo.
¿Lo charlamos y trabajamos juntos?
Con cariño,
Claudia Girón
@psclaugiron